Cruzar el Atlántico

IMG_1612La idea de ser vulnerable

Hace poco leí en un libro de viajes, algo que me hizo recapacitar sobre como iniciar en texto la aventura de contar lo que pienso y vivo en un viaje que me emociona de formas tan extrañas: cruzar el atlántico. En primer lugar, es cierto que viajar se trata de algo muy básico, reemplazar lo viejo con algo nuevo, reemplazar las moléculas viejas por moléculas nuevas, pero también es verdad que en el mundo, hay algún lugar que nos atrapa y que no importa si es un lugar lejano o cercano pero que tiene la fuerza de hacernos volver y de que nuestros planes los hagamos secretamente  en función de volver a ese lugar específico.

Cuando leí eso, estaba en mi ritual matutino de tomar café y leer una historia escrita por   verdaderos escritores de viaje, detuve mi lectura en ese momento y pensé: “¡claro!, pero ¿cuál es mi lugar?”. Creo que tenía la respuesta en la punta de la lengua y fue porque la estaba viviendo en ese junto instante, pero no quería parecer apresurado, estaba tratando de definirla para no cometer una equivocación. Así que dediqué ese primer día a bordo del Crown Princess para reflexionar sobre lo que realmente me atrapa. ¿Es estar en un barco?, ¿es navegar?, ¿es el caribe?, ¿es ir al conitente europeo?, ¿es un destino para toda la vida?, ¿podría ser intermitente?. Parece algo simple pero de verdad les puedo asegurar que no es así.

Luego de razonar esto, me di cuenta que soy adicto a la emoción de estar en altamar, y la única forma de estas en un periodo largo en altamar, es cruzar el oceano atlántico o pacífico, pero hacer un cruce de oceano. Soy adicto a las sensación de ser vulnerable.  Soy adicto a la sensación de un encuentro conmigo mismo y desconectado por completo de los hábitos, de las comunicaciones y de las costumbres, un encuentro conmigo mismo de forma obligada y  permanente que me permite evaluar mi camino como persona, observar mis errores y mis defectos, que a veces me torturan un poco pero que merecen la necesaria abstracción  de mi mismo  y de mi vida mientras estoy en altamar. Soy adicto a internarme como los navegadores  de hace no tanto tiempo atrás, que cruzaban el atlántico sin saber lo que les esperaba, sin poder esquivar el mal clima o asegurar su llegada en un momento determinado. Soy adicto a estar en un lugar rodeado de personas que serán mis compañeros, mis amigos, mi familia, mis enemigos, todo al mismo tiempo. Personas que tendré que conocer en sus mejores y peores momentos. Soy adicto a buscar el amanecer y el atardecer con nada más que oceano a mi alrededor. Soy adicto a cruzar el atlántico… y secretamente busco la manera de hacerlo, de escapar.

La primera vez fue por curiosidad, un escape por las islas del caribe que inicié en San Juan y que me llevó a St Lucía, St Thomas y  St Maartin, mi isla preferida del  caribe. De ahí crucé el atlántico por primera vez. La sensación de dejar el territorio conocido para internarme en lo desconocido fue muy intensa. Aún recuerdo que desde el muelle, momentos antes de abordar el crucero para partir, sentí una necesidad incontrolable de conectarme a internet y de despedirme, de todos, de la gente querida, de mi casa, de mis amigos… por si acaso no llegaba a buen puerto. Esa sensación tiene algo de romántico, porque es lo que me mantenía a flote durante la travesía, la idea de cómo tantas personas hicieron ese cruce, de los avances marítimos y de los peligros que siguen siendo los mismos pero vencidos o por lo menos dominados con tecnología. El momento de zarpar fue emocionante, y esa es la sensación a la que soy adicto. Ese primer cruce atlántico lo hice para llegar a Southhampton, el mismo muelle del que partió el Titanic para jamás regresar, y de hecho, jamás llegar a su destino.

Un año después, de esa experiencia, busqué la manera de volver a vivirla. Me inventaba excusas que sirvieran para darle un tema a mi viaje, y así encontré la razón perfecta, llegar a europa por la puerta grande, llegar por mar a Venecia. Una emoción inexplicable me embargaba porque el final de esa travesía entraría de manera majestuosa por el gran canal a una ciudad que me cautiva porque su misterio permanece junto con su arquitectura ignorando el paso del tiempo. Nunca olvidaré esa llegada ni tampoco olvidaré la noche que a velocidad imperceptible crucé el estrecho de Gibraltar, mirando Africa y Europa al mismo tiempo, una noche estrellada y con viento frio. Es adrenalina que me eleva, que me excita, que me hace sentir un hombre afortunado. Pero en esos ejercicios de abstracción que hago, me doy cuenta que en esta tercera ocasión, la única necesidad que me llevó a reservar mi viaje, fue el cruce oceánico, la necesidad de estar 7 días en altamar y de llegar a las islas Azores por tercera ocasión. Asi que está claro, mi adicción, el lugar que quiero re-visitar, es el oceano, sentirme extasiado por esta ausencia de todo. Ausencia de ruidos, de aves, de vida sobre el nivel del mar, sólo nosotros. Medio día antes de llegar empezaremos a ver aves, o embarcaciones, señal de que nos acercamos.

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Crown princess

En 1990, queriendo huir para recomponer mi vida, conseguí trabajo en Cozumel. En aquel tiempo no había un muelle aún, pero los cruceros de pasajeros ya llegaban a la isla sólo que permanecían anclados a una distancia prudente de la costa. Uno de los barcos que visitaban la isla era el Crown Princes, que en aquel tiempo, era un barco distitnto al que hoy tiene la naviera con el mismo nombre. Recuerdo que al caer la tarde, me sentaba en la avenida costera para mirar el barco, tenía una forma caprichosa arriba del puente de mando, era una especie de cúpula, yo la comparaba con una nave espacial, era un barco que me parecía hermoso. No podía dejar de pensar en cómo sería esa inmensidad flotante por dentro, así que preguntaba a los pasajeros con los que tenía oportunidad de hablar,  sobre lo que había dentro del barco, cómo era, necesitaba que me contaran y describieran todos los detalles posibles. Así, al oscurecer miraba el enorme edificio flotante, admirado de la hermosura del paisaje al estar iluminado frente a mí y ser parte del atardecer.  Con melancolía extraña veía que se alejaba. Y cada semana, mientras desaparecía ante mis ojos, pensaba a mis 17 años: “algún día quiero estar ahí, algún día quiero tomar un crucero”. Hoy, a mis 45 años y luego de haber tomado más de 30 cruceros estoy cruzando el atlántico por tercera vez en el Crown Princess, no es el mismo barco, pero es el que sustituyó al anterior y a pesar de todo, hay una relación secreta entre nosotros.  Nunca imaginé que los deseos del ser humano, bien encausados, nos hacen lograr todo lo que realmente queremos y a niveles insospechados.

Los barcos de pasajeros hacen solamente dos cruces al año, hacia Europa en abril/mayo y de regreso a América en Octubre/Noviembre. Son en realidad reposicionamientos que hacen las navieras para dar servicio en el verano en el mediterráneo y en el mar báltico aprovechando la temporada de huracanes del caribe. Los precios y los pasajeros son muy diferentes. Pero ese es otro tema. Ahora lo que importa, es seguir recibiendo el aire fresco en mi cara y sintiéndolo en mi cuerpo…

Instagram: @fernandopalaciosoaxaca

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