Jordania. Mirando hacia atrás

Petra, Jordania. Fernando Palacios de Equipaje de Mano

Memorias de viaje a jordania

Aún con cierta ensoñación y un cansancio del que mi cuerpo no se podía desprender, miré que la sobrecargo de Royal Jordanian se acercaba para ofrecer bebidas, lo primero que llamó mi atención fue que la botella de vino que ofrecía a los pasajeros tenía una etiqueta en la que se leía “Mount Nebo”. Inmediatamente, sin mover mi cuerpo siquiera, mi mente y mi corazón sintieron una oleada de emoción, un golpe de recuerdos y me dí cuenta de que en este vuelo que me separaba de Jordania, ya mi ser estaba impregnado de emociones y que a los detalles les encontraba un sentido que no tenían diez días atrás. No pude evitar recordar que parado y mirando el horizonte desde el Monte Nebo, ante un paisaje dramático bajo mi horizonte, podía imaginar  la vista que en su momento  habría tenido Moisés según el viejo testamento: la tierra prometida.

Mi mente voló en ese instante casi para atrapar y dar una última despedida a esa parte de mi corazón que sabía bien que se quedaba en Jordania y que estaría ahí el resto de mi vida. No estaba seguro de si se habría quedado en la imponente ciudad de Petra, que esconde lo necesario para robar de repente el suspiro de los visitantes, pero también para dejar en ellos una imagen indeleble, un impacto emocional inolvidable. Una ciudad que aún hoy es solemne en su arquitectura extraña y única en el mundo por ser grabada en piedra de la forma más perfecta y artísticamente singular, pero además porque estar ahí es como estar en un lugar fuera de este mundo, un mundo pasado al que la mente me lleva con facilidad para imaginar cómo sería la vida en tiempos pasados porque sin pensarlo, tu mente, tu cuerpo, el calor abrasador, el sol inagotable, los camellos, los habitantes y el sonido de tus pies al caminar junto con las estructuras de esa ciudad a tu alrededor, te envuelven.

Tal vez mi corazón se quedó en el desierto Wadi Rum, en esa inmensidad territorial de dunas de arena fina color rojiza custodiadas por formaciones rocosas monolíticas imponentes en su altura y en sus formas caprichosas. Tal vez se quedó ahí en ese atardecer en el que mi alma se sintió estremecida por el silencio, por el sol que alumbraba mi corazón y en el que no podía más que estar en contacto conmigo mismo y agradecido por la oportunidad de estar en ese desierto milenario que hoy mismo puedo todavía sentir al cerrar los ojos.

Tal vez se quedó en aquella noche estrellada en la que por primera vez pude ver Saturno desde el telescopio del hotel Feynan EcoLodge en la reserva natural de Dana en el valle del Jordán, o en alguna de las tiendas de los Beduinos que me ofrecieron su hospitalidad, que prepararon con sus manos el pan, el té y el café que convidaron, tal vez está ahí mi corazón, por sus valores, por su entereza para enfrentar cada día ese sol implacable con un mínimo de agua y con carencia total de comodidades albergando así a niños, jóvenes y ancianos, todos con una pureza en su corazón y con sencillez en el alma esculpidas por la sequía y la roca que los rodea desde su nacimiento hasta el final de sus días.

Quizás es por su gente, porque aunque he conocido gente que se entrega en los lugares que he visitado al recorrer el mundo, nunca he encontrado la nobleza tan grande que he visto en una sociedad que es leal a sus valores sin importar que esté aislada o en medio de una ciudad. Los jordanos son belleza en el alma. Y tal vez por eso es que hoy me siento un poco perdido, porque sé con seguridad que por ahí he dejado un pedazo de mí.

Me incorporo en el asiento del avión, tomo de la mano a mi acompañante para sentir un poco de fuerza y de cariño por ese pedacito de corazón perdido. Respiro hondo y pido a la señorita que ofrece las bebidas, un poco de ese vino que evoca el Monte Nebo, me lo sirve hasta el tope y me lo ofrece con una sonrisa cómplice que me hace sentir en casa. Lo tomo y brindo por Jordania, y por la oportunidad que me dio de recordar que soy un humano más y de lo pequeño que soy ante la grandeza de nuestro mundo y de nuestra gente. Porque a pesar de las fronteras, es nuestro mundo, nuestro hogar. Y mi tarea ahora, será contar la historia con todos sus detalles.

Fernando Palacios de Equipaje de Mano en Jordania

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