Madrid: viajar a España Post Pandemia

¿Y cómo es España post pandemia?

Por el altavoz, cuando iniciábamos el descenso se escuchó la voz del sobrecargo en jefe que agradecía haber volado con Iberia y nos daba la bienvenida a la ciudad de Madrid. En ese momento sentí que había tomado la decisión correcta luego de mi indecisión en el aeropuerto de Amsterdam sobre hacia dónde continuar mi travesía.  Tuve mis dudas porque aunque mi relación con la capital española ha sido muy intensa en todos los sentidos, teníamos ya un tiempo distanciados y me había ya acostumbrado a mantenerme alejado. Pero a medida que aterrizábamos fui sintiendo esa adrenalina que recorre el cuerpo cuando visitamos a un amante ardiente, emoción que va recorriendo el cuerpo, calentando la sangre y acelerando el pulso.  El avión tocó tierra. Yo sentí el climax del primer destino  que visitaría luego de la aparición del coronavirus en el mundo y de la pausa obligada en todos los viajes internacionales. Emocionado de volver a volar aún con la presencia impuesta de los cubrebocas.

En Madrid aprendí muchas cosas, una de ellas, tal vez la que me enamoró fue la marcha madrileña. La marcha madrileña es algo que mucha gente ha escuchado pero que no todos los visitantes (turistas sobre todo) comprenden a cabalidad o han vivido en carne propia. A esa marcha, se le considera erroneamente a salir de fiesta, a pasar una noche de locura, a salir de copas. Pero el verdadero sentido de la marcha madrileña, está en una delgada y borrosa línea a través de la que hay que ver poco más allá, es tan simple la diferencia, como emocionante la experiencia.   El madrileño cuando sale de fiesta, inicia literalmente una marcha, se junta con amigos en algún bar pequeño de la zona elegida según el carácter, ya sea en Chueca, Malasaña o Huertas, se toman unos chupitos o unos tragos y sin más, se mueven al siguiente bar, encontrando nueva gente, tomando nuevos tragos y disfrutando de nuevo ambiente, de ahí, al siguiente y así, sin parar hasta que el cuerpo aguante, y el cuerpo en Madrid aguanta mucho.  Los grupos de amigos marchan de un bar a otro hasta el amanecer, cuando la Gran vía reúne camino a casa a los gays de Chueca, a los modernos de Malasaña o a los Bohemios de Huertas, borrachos como una cuba y disponiéndose a iniciar su noche de descanso cuando ya los rayos del sol empiezan a iluminar la ciudad.  En América no entendemos eso, la marcha no la vivimos, hacemos todo lo contrario, elegimos un lugar y ahí permanecemos. Eso en Madrid es impensable.

 

Al estar ya dentro de Europa imaginé que no me pedirían nada más en mi llegada a España.  Pero justo antes de llegar a la puerta de salida del aeropuerto, hubo que mostrar el código QR que arroja el formulario de salud requerido por el país a la llegada desde cualquier destino. Pero sin problema, una vez que se llena ese largo cuestionario que tuve que hacer ahí de último minuto,  estaba libre en esa ciudad que empezó a acribillarme con recuerdos pero también con novedades que no había experimentado aún, como el servicio del Aeropuerto Express, un autobús que lleva al viajero hasta el centro de Madrid, a la fuente de Cibeles y a la puerta de Atocha, una novedad de  poco menos de 5 euros que me hubiera encantado tener en mis viajes anteriores para evitar hacer el viaje en metro, que aunque más auténtico, es un poco más complicado hacerlo con maleta y transbordos.

Llegué un jueves a Madrid, mi mente desbordada ya me llevaba a imaginar de bar en bar como lo hacía en cada una de mis visitas. El fin de semana ya iniciaba aunque eso a los madrileños, poco les importa. La diferencia entre Madrid y Barcelona es que Madrid se divierte mientras Barcelona trabaja, por eso son enemigos acérrimos que no se entienden unos a los otros. Barcelona tiene mentalidad corporativa que se permite diversión (sin marcha) los fines de semana, mientras que los madrileños sólo necesitan un pretexto mínimo para salir de copas, el día que sea. Su mentalidad es más de funcionarios, que lo único que necesitan es presentarse a la oficina, con resaca o sin ella, y aún así, ganar el sustento.

Por error equivoco mi bajada en la fuente de Cibeles y tengo que caminar de regreso desde la puerta de Atocha, pero eso me permite revisitar esa bella estación de tren que no hace mucho tiempo fue víctima de un atroz atentado por la violencia que vivía España y que afortunadamente ha quedado atrás. Camino por el Paseo del prado con mi maleta y sintiendo ese calor que mengua un poco al final del verano pero que todavía puede hacer sudar  a cualquiera, sobre todo con maleta en mano. A mi paso, me encuentro con la fuente de Neptuno que adorna la ubicación del hotel Palace de Madrid, uno de los emblemáticos de la ciudad y que indica que ya me acerco a Cibeles que adorna el edificio de correos o tal vez es al revés, pero como sea, es un cuadro hermoso al que desde cierto ángulo se puede sumar la Puerta de Alcalá, que siempre quiere también aparecer en la foto junto con los otros dos emblemas de Madrid.

Camino por la gran vía y es como si de nuevo salieran fantasmas a recibirme, incluso mi fantasma que camina al amanecer de regreso al hotel. En la noche vieja de 1998 nos conocimos Madrid y yo. Estaba en la puerta del sol para recibir el año nuevo, junto con toda una plaza llena de madrileños que yo observaba con atención y excitación porque fue esa noche cuando de golpe entendí también la pasión de los españoles y de los madrileños. Aprendí que lo que hacen lo hacen de manera intensa. Eso me gustó, me identifiqué con eso, por fin encontraba gente que podría entender mi intensidad por vivir. Esa noche no sabía bien dónde continuar la fiesta, no existían los teléfonos inteligentes ni algo que me ayudara a saber bien qué hacer.  De entre toda la gente que había en la plaza, sobresalía un grupo de chicos que tenía una bandera de arcoíris, y en cuanto se estrenaron los primeros minutos del 1999 la gente se dispersaba rápido para continuar la fiesta, y yo simplemente seguí la bandera, así, sin conocer a nadie, sólo hice lo que ellos hacían. Así fue como llegué al “Why not?” que se convertiría en mi bar favorito de Madrid y yo en un cliente asiduo.

  Pero en esta ocasión, 22 años después, camino perfectamente sobrio por la Gran vía y mirando cómo se vive la ciudad luego de esta pandemia mundial, cómo es que están los hoteles y el sector turístico, veo con gusto que ya hay muchas cosas abiertas y que la gente sale a la calle, muchos usando cubre bocas, muchos otros  importando poco hacerlo. El hotel que elegí es relativamente nuevo, una marca también recientemente creada de Hyatt que se llama Centric, y que como su nombre lo dice está diseñado para el viajero moderno y atendiendo a las necesidades que han ido evolucionando. El de Madrid tiene 3 años de abrir sus puertas y luego del cierre obligado de hoteles y negocios, estaba recuperando apenas el ritmo y retomando paulatinamente el ofrecimiento de todos sus centros de servicio. Recuperando el ritmo como muchos otros negocios y personas.  Me instalé y subí a la terraza Diana desde la que se veía con el atardecer una majestuosa Madrid, mi querida Madrid que como el mundo entero había sido azotada por esta pandemia.

Entré al Why not?. Me encantó desde la llegada porque en realidad, es un sitio subterráneo, con escencia y con personalidad. Bajé las escaleras y desde que piso los primeros escalones puedo ver el lugar pequeño pero en su totalidad lleno de gente que baila, habla (grita) y fuma (eran los 90’s). El techo del lugar, cóncavo y con decorado clásico va perfecto con el candil que alumbra a las criaturas de la noche, en las paredes, fotos enmarcadas de actores de Hollywood de la época de oro del cine, rodean todo el espacio. Yo bajo las escaleras, me mezclo con los madrileños, me acerco a la barra, pido una bebida y ahí inicia una relación de complicidad con el bar, con la gente y con la ciudad.

 

Salgo luego de haberme refrescado en la terraza del hotel, y camino para reconocer mi amada Chueca, la zona de locura de Madrid, noto vida, pero también noto que la vida es sólo de los sobrevientes, no de lo que había, noto que hay comercios y locales que no sobrevivieron el encierro pero también veo que hay fuerza y muchas ganas de vivir de los que están re abriendo, re iniciando operaciones. Me da gusto ver que la gente sale y empieza a recuperar el ritmo. Igual que los viajeros, salimos los que queremos poner un grano de arena para que la vida siga, para recuperar todo lo que podamos. Luego de caminar un rato, de detenerme por algunos pinchos y tapas, de buscar y recorrer, ya caída la noche. Me topo con un viejo amigo… el “Why not?”, sentí emoción de verlo vivo y entero, con fila para entrar porque ahora el aforo importa más que antes.  En la puerta durante años había un ruso, que ya me conocía, hoy hay otra persona que no me deja entrar a menos que pague, lo convenzo de que no tengo efectivo y me deja pasar.  Me emociono de estar ahí, pido un trago, me lo tomo… y decido marcharme para dejar que otros más jóvenes vivan su momento, y para tomar precauciones de este virus que aún nos tiene medio atados.

Madrid 2021

 

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